El 6 de mayo, primer domingo de mayo, se celebra en España el Día de la Madre. Mayo es el mes que los cristianos dedicamos a la Virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Repasamos la maternidad de María de la mano del sacerdote Alfonso Crespo.
«María la madre del sí»
En España se celebra el Día de la Madre el primer domingo de mayo desde 1965. Para los cristianos, esta fiesta cobra sentido al estar inserta en el mes dedicado a la Virgen María. El sacerdote Alfonso Crespo nos está invitando, a través de la web de su parroquia: www.sanpedromalaga.es, a reflexionar durante los 31 días de mayo en 31 aspectos de la Virgen María, entre ellos su maternidad.
María, Madre del Hijo de Dios
¿Cómo se introdujo el Hijo de Dios en la realidad humana? La escena de la Anunciación, nos ofrece el mensaje revelador. El ángel de Dios anuncia a María de Nazaret que ha sido escogida para ser la madre del Mesías esperado y anunciado por los profetas. María responde con un «sí» incondicional y el Hijo de Dios se hace hombre como nosotros. Desde la Encarnación de Jesucristo la causa del hombre, de cualquier hombre, especialmente los más pobres, es la causa de Dios: así, las manos que se abren a los necesitados para responder a sus urgencias más primarias, son manos que se abren a Dios; el corazón que ama al más desvalido, es el corazón de Cristo; y negar el pan, el vestido, el agua, la compañía, la libertad a un hermano nuestro es negarlo también a Dios.
María, Madre del amor y la misericordia
La Virgen, que en Navidad llega a ser Madre de Jesús, permitiendo al amor de Dios encarnarse, en el Calvario llega a ser Madre de la Iglesia, dilatando sus entrañas de amor hacia todos sus hijos: también por esto la misericordia del Señor se extenderá de generación en generación, asumiendo en María un tinte materno.
El pueblo cristiano se identifica gustosamente con una advocación que le es muy entrañable: Madre del Amor. Al pronunciar esta advocación, el pueblo creyente, descubre en María una expresión única de la ternura y de la condescendencia y cercanía de Dios en su Hijo Jesucristo. Por eso, completa esta advocación con otra: Madre de misericordia. Muchos cristianos abrimos habitualmente nuestra intimidad y nuestro corazón a María recitando una hermosa plegaria: la «Salve popular». Ella se abre con un saludo a María: «Dios te salve, reina y madre de misericordia». Le expone confiadamente los agobios y sufrimientos de nuestra condición de seres humanos: «a ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suplicamos gimiendo y llorando». Le pide filialmente: «Ea, pues Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos sus ojos misericordiosos». Se cierra llamándola «oh, piadosa, oh clementísima Virgen María». Esta plegaria llega muy adentro, allí donde se encuentran lo más humano y lo más divino que hay en cada uno de nosotros.
María, Madre de la Iglesia y Reina de la familia
En los primeros momentos de la ausencia física de Jesús, María, como madre, congrega a los hijos confiados por el Hijo a los pies de la Cruz y sostiene su fe, alienta su esperanza y los fortifica en el amor mutuo. La Virgen está íntimamente unida al misterio de Cristo y de la Iglesia. Y la invocamos: «Madre de la Iglesia».
María, junto a José, «el hombre fiel y prudente, a quien Dios puso al frente de su casa», y el Niño forman una estampa ejemplar, cargada de amor y ternura: la familia de Nazaret son el ejemplo de toda familia. Por eso la invocamos: «Reina de la familia».
María no es una madre posesiva, sabe perfectamente su papel: presentarnos a su Hijo. Con discreta presencia indica al verdaderamente importante: ahí está vuestro Salvador, dirá desde el silencio a los pastores, a los reyes de Oriente y a todos los que se acercan a contemplar el Misterio, mientras Ella lo «guarda todo en su corazón». Podemos concluir con una oración que repetía san Ignacio de Loyola: «Madre, ponme junto a tu Hijo». ¡Buen lugar!
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