Entra a San Lázaro y mira a la Virgen del Rocío a los ojos. Míralos fijamente. Ahí está todo. Porque ahí estás tú. En esa profundidad está el sentido de muchas cosas. Un sentido que no te da ella sino que se refleja en ella. La Virgen del Rocío es un reflejo de todos nosotros. Y por eso es camino. Y por eso siempre nos espera. Y por eso siempre acudimos a ella.
Míralos bien. Porque dentro está la agonía de quien no tiene trabajo y pide ayuda de manera desesperada. Pero también reside la alegría de quien lo encuentra y va a pedir perdón por haber dudado. Es la Virgen de los agradecimientos. Gracias infinitas. En bucle. Gracias por el favor. Gracias por mis hijos. Gracias por mi abuela. Gracias por mi padre. Gracias por el examen o la operación. Siempre gracias porque son muchas las promesas cumplidas.
La Virgen del Rocío se ha convertido en un icono devocional para las personas normales. De la gente sencilla y llana. La virgen de los pobres. Con o sin tribuna. La luz más blanca al final de un túnel que tiene nombre de patrona y que siempre da consuelo. Por eso la iglesia la va a coronar aunque lleve ya muchos años siendo reina sin corona de la república victoriana.
Dentro del mundo religioso y especialmente el devocional es un recurso muy trillado y habitual el uso de expresiones del tipo “No tiene explicación” o “No se puede explicar con palabras, hay que sentirlo”. Por suerte, lo de la Virgen del Rocío sí que tiene explicación. Porque es tangible. Medible y pesable. Es el ejemplo de la devoción. Del fervor popular más sencillo y de la tentación de todo aquel que, en un mar de desconsuelos, siempre encuentra a flote un barco blanco que navega a su alrededor y en el que poder seguir respirando .
Y ahí, en esa bolsa de oxígeno en la que se ha convertido San Lázaro, se ha fraguado en poco tiempo algo de incalculable valor y que tiene a media Andalucía inquieta. Se va a coronar la novia de Málaga. Vítores. Gritos y alegría. Nervios. Expectación. Trabajo a destajo y dinero salido de decenas de bolsillos para que ese día no falte de nada y la Virgen navegue entre el oro y la plata que sus hermanos han arrimado para ella.
Pero hay otras coronaciones dentro de ésta. Hay otros públicos. Y vienen de antes. Les hablo de aquellos que tienen a la Virgen del Rocío en la mesita de noche. Los que dejan la estampita en la cama del hospital o los que piensan en ella cuando duermen en el quirófano. La Virgen del Rocío es oro. Porque en torno a ella sufren, sienten, padecen y se alegran las personas. Y ahí está la Virgen verdadera. La madre. Y ahí, estoy convencido, está el Dios verdadero.
Las imágenes religiosas se conciben como instrumentos evangelizadores mudos. Como pasaportes a la reflexión. Como mecanismos que faciliten la sacra conversación personal. Pero en San Lázaro se ha traspasado ese objetivo. Se ha culminado y multiplicado de tal forma y en tal medida sobre tanta gente que ya resulta inaudito en la ciudad esa devoción tan honesta y desprendida de boatos fáciles que ofrecen tantas personas cada día.
Es la Virgen más popular de Málaga pero curiosamente la más discreta. Y es que ante ella pasan muchas criaturas todos los días. Y entran. Y se sientan en un banco de una de las capillas más sencillas de la ciudad para decir aquí estoy yo y vengo a que me ayudes, Rocío. Con traje, con corbata, con el mono sucio de venir de trabajar o con el mono limpio porque no hay. Siempre alguien. Y siempre ella.
Y siempre. Siempre. Siempre. Hay respuesta. Siempre hay ayuda. Y mira que la cosa está mala. Y mira que allí faltan siempre cosas, pero jamás escasean las soluciones. Nunca está todo completo a su alrededor. Pero cualquier trabajo realizado en torno a la Virgen del Rocío brilla como si fuera de los talleres más lujosos del mundo. Y es que no hay Maharaní en Kapurthala que regale jamás algo tan valioso como el beso a la mano de la Virgen del Rocío. No hay oro ni joyas. Pero hay gente. Dime tú qué vale más.
Y la Iglesia le reconoce el valor. La unión. El sacrificio. Pero sobre todo la pureza más absoluta que es la que se observa en su cara. Una cara hecha de mil y un gestos que son reflejos de los nuestros. Y se va coronar. Sin corona. Y lo podría hacer como quisiera. Con manto. Sin manto. Con un collar de perlas o uno de macarrones hecho por un niño en un colegio. Da igual. Porque si algo hace distinta a la Virgen del Rocío es que ha conseguido siempre ser foco de adoración, confianza y súplica estando totalmente desprovista de boatos, florituras y oro.
Y aún así, la Virgen va a tener de todo. Porque ya se han preocupado de que lo tenga. Y lo han hecho los que están cerca. Que curiosamente son los que menos pueden hacer porque son los que menos tienen. Pero es la Virgen. Y la Virgen son ellos. Y no hay mejor regalo que el esfuerzo para aquellos a quienes le importas de verdad. Y de las manos de sus hermanos sale todo. Ya sea vendiendo chucherías en un quiosco frente a un hotel, sirviendo mesas, vendiendo dulces o desde un taller de camiones con las manos reventadas pero con la sonrisa puesta porque se eleva a la gloria un pedazo de sus vidas.
La coronación de la Virgen del Rocío ya ha empezado. De hecho lleva muchos años celebrándose. Yo lo he visto. Y la he visto coronada al ver a una anciana con las piernas hechas polvo clavar las rodillas en los escalones del altar de San Lázaro para darle las gracias. La he visto rodeada de estrellas el día en el que se pidieron perdón los que le habían fallado a sus amigos que también son sus hermanos. La he visto con corona cuando ha salido gente con bolsas de comida por la puerta chica de la ermita. Os prometo que se coronó cuando acabó la quimioterapia de sus vecinos y fueron a decirle gracias por seguir vivos y ver a sus nietos. Está coronada por los niños que salen bien. Pero también por los que no tienen la misma suerte pero aún así obligan a sus padres a que los lleven a la calle un martes santo para ver a la Virgen del Rocío. Se ha coronado en los balcones viejos de las lagunillas donde cada Pentecostés le dicen adiós entre lágrimas por si es el último. Ya es reina porque a su casa va gente que no tiene nada para dar tres euros por si hay alguien que lo está pasando peor. Por eso ya lleva tanto tiempo siendo centinela de muchas personas y de un barrio entero.
Eres el mejor reflejo de nosotros mismos.
Viva la Virgen del Rocío.
Gonzalo León Rivas
La Opinión de Málaga, 12 de septiembre de 2015
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