La coronación canónica de los pobres

Hace unos días, mi querido amigo, artista, artesano y buena persona José María Centoya, compartía una magnífica reflexión sobre nuestra ciudad y su careta moderna preguntándose: “¿Si Málaga es cosmopolita, Londres qué es?”. Bravo. Y certero.

Estamos comenzando a asumir, de tanto como lo repiten a diario, que nuestra ciudad es un crisol de culturas aperturista y con carácter entusiasta a la hora de atender al forastero.

Ojo, que no digo que no. Pero puede que, más allá del mantel bien puesto y el camarero multilingüe, Málaga aún albergue en su interior un rescoldo de la esencia humilde de aquella sociedad carente de nobleza, con una burguesía rica gracias a su sudor y no al ajeno y con una gran masa de personas humildes que consiguieron sobrevivir con la mayor dignidad posible.

Málaga, la ciudad en la que los pobres tenían La Coracha como atalaya de gran lujo y un castillo moro como estancia para el resguardo. Esa estampa que aún se conserva, gracias al legado desinteresado de Juan Temboury, en la que aparece una torre de la Alcazaba con ropa tendida representa de manera fiel ese descaro malacitano a la hora de sobrevivir.

A día de hoy, algo de eso queda latente. Un resquicio del gen de la supervivencia pero sin perder la sonrisa. Sin obviar ese gesto tímido de aprobación pero con un trasfondo de inquietud que pudiera convertirse en dolor.

Y a mí eso, no sé por qué, me traslada al barrio de la Victoria y a su Virgen del Rocío.

Hará cosa de un mes mal contado, se celebraba una eucaristía para conmemorar una cuenta atrás. Un contador que se ponía a 365 y comenzaba a descontar días y horas hasta llegar al doce de septiembre de dos mil quince, fecha en la cual está previsto que la Iglesia Católica corone canónicamente a la Virgen del Rocío. Sí. La que muchos conocen como novia de Málaga. La que algunos observan por ir de blanco y de la que cualquier malagueño, por muy ateo que sea, sabe de su existencia.

Ese hecho, se repite con asiduidad en Málaga, su provincia, el resto de Andalucía y España. Nada nuevo bajo el sol. Se concede, pasa un tiempo, se chismorrea, llega gente de fuera, gastan dinero, la gente pide favores, ponme a mi cuñado en tal sitio, deja que mi hijo saque el trono, lo celebran, procesión, de vuelta a su casa, abrazos, unos cuadros de homenaje, se va la gente que vino, quedan los de antes, echan cuentas, discuten y vuelta a empezar el mismo proceso en otro lugar distinto.

Mismo perro. Distinto collar. Menos aquí. La historia, tal y como yo la veo –siempre con el mayor respeto por el resto- es radicalmente distinta. Y es que, de siempre, uno de los mayores encantos que ha podido tener la Virgen del Rocío es su sencillez. Es curioso puesto que una talla de madera, puede llegar a tener vida propia a través de la proyección de una imagen y un estilo específico.

Cuestión de lógica y sentido común es que las personas acudan al sitio en el que encuentran un reflejo amable y que les transmita cercanía. Y ha llegado un punto en el que, por avatares del destino, esa impronta y luz que la Virgen del Rocío refleja, se ha transmitido al propio barrio.

Yo hablo de un icono terrenal que acerca con mayor facilidad que el resto la conexión con lo espiritual. La virgen del Rocío es el barrio de la Victoria. Y el barrio de la Victoria es la Virgen del Rocío.

Y ahora, esa imagen, va a disfrutar del privilegio de ser coronada. Y de nuevo, los gentiles victorianos van a desprenderse de la pompa y el boato más lustroso de igual manera que su Virgen lo hizo y con ello consiguió ser madre de más gente.

Se va a coronar la humildad. Se va a coronar el milagro que se produce cuando alguien que tiene poco reparte lo suyo. Se va a coronar la historia de quienes decidieron que se podía adorar a la Virgen María sin recargarla de oros. Se va a coronar la riqueza de una mirada que antepone la bondad al lamento. Se va a coronar una parroquia –que ojalá siga siéndolo- como lugar de encuentro real de personas-. Se va a coronar a un barrio que sabe guardar el equilibrio de albergar a los muy pobres y a los más acomodados. Se va a coronar a quien derribaba muros para salir a la calle y no temía por los saqueos. Se va a coronar a los valientes que en distintas ocasiones han sabido resurgir de las cenizas e incluso retar al más poderoso aún teniendo la derrota firmada. También se va a coronar a quien se equivoca pero no lo reconoce ante nadie salvo ante la Virgen del Rocío. Se corona la pobreza llevada dignamente. Se coronan los paños de bocina sin bordados pero arrastrados con ilusión similar que los más ricos. Se coronan los gestos honestos aunque sean erróneos. Se coronan las actuaciones espontáneas. Se coronan los criterios firmes y la ausencia de conformismos ante lo mal hecho.

Al fin y al cabo, se eleva a sagrado algo que en sí es la vida misma de todos nosotros. Y solamente ante la Virgen del Rocío, confluyen en Málaga las miradas y pensamientos de perfiles tan dispares. Y es que por San Lázaro pasan ricos, pobres, muy pobres, pretenciosos, humildes, envidiosos, poco creyentes, indiferentes, parados, empresarios, trabajadores, flojos, gente conservadora y comunistas. Y todos, absolutamente todos, rinden pleitesía callada ante en reflejo de lo que queremos llegar a ser en esta vida teniendo en cuenta nuestras limitaciones: pobres pero honrados.

Hagan el favor de subir una mañana o una tarde de otoño hasta la plaza de los monos. Y entren en la ermita en la que les espera la Virgen del Rocío. Saboreen el silencio dentro del barrio más escandaloso del mundo. Y miren a su alrededor. Ahí pueden encontrarla. Sin necesidad de mirar a su imagen, ya la habrán localizado. Seguramente esté sentada en los bancos de madera. La tendrán con setenta años, la bolsa de la farmacia entre las manos y la mente en su hijo y el trabajo por venir. También la verán en el hombre, que asustado por su enfermedad, pide auxilio y socorro. Y la verán, ténganlo por seguro, cuando observen la cara de un niño al ir a recoger de la mano de su madre ropa o comida de la parroquia.

Hagan el favor de ir y coronen a la Virgen como reina de la mejor manera posible, con una moneda en el cepillo, algo de comida o las manos para ayudar en lo que sea necesario. De flores y velas están los cementerios llenos.

Vayan a verla. Les está esperando.

Viva Málaga y su Virgen del Rocío.

Gonzalo León Rivas 
La Opinión de Málaga, 9 de octubre de 2014

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