La ceremonia religiosa ha sido presidida por el obispo, Jesús Catalá, junto a una veintena de sacerdotes · Aplausos, vivas, cohetes y repique de campanas tras la imposición del halo · Impecable selección y actuación musical · Sus hijos no podían ocultar su emoción y las lágrimas.
12.58 horas y Málaga le corona. Rocío del Cielo, Reina del Mundo. Pero solo uno está en ese momento a su lado para representar a todos, a quienes algún día soñaron con este momento que ya es una espléndida realidad. Una única persona, el mismo que le acaba de imponer el halo de amor de sus hijos: el obispo. De forma espontánea, sin que casi nadie se diera cuenta, en mitad de los aplausos, de los vivas, los cohetes y el repique de campanas que anunciaba a los cuatro puntos cardinales habemus reginam, don Jesús se inclina y besa la mano de la Novia ya coronada. La emoción condensada en un instante y que ya está en los anales cofrades. En el libro de los gestos. En los que cuentan de verdad.
Culminadas todas las etapas, sorteados todos los obstáculos –que no han sido pocos y hasta el ultimísimo momento en forma de estrella desprendida–, realizados todos los actos y vividas todas las vísperas posibles y más, llegaba la hora de las horas. Y solo faltaban dos minutos para la una de ese 12 de septiembre de 2015. Catalá, junto al hermano mayor, Juan José Lupiáñez, se subieron al baldaquino donde se alojaba la Gloria y colocaron la presea sobre la mantilla que cubría su cabeza.
Como el primer sagrario de Cristo, bajo tabernáculo cardenalicio, con toda la simbología que el decorado pétreo encierra, y con hasta un toque reivindicativo, la Virgen presidía un altar muy sencillo. Solo diez velas iluminaban el culto. Dos piñas de flores blancas servían de escolta, dos cresterías de madera tallada del dosel de la cofradía para dar realce y una bambalina de bordados antiguos campeaba de la cúpula.
Saya, mantilla, manto, blondas… las joyas regaladas por sus devotos y aguardando con una sonrisa el inicio del pontifical, en el que el prelado estuvo auxiliado por una veintena de sacerdotes, entre ellos el vicario general, José Ferrary; el delegado de cofradías, Antonio Coronado; y el párroco de San Lázaro, Guillermo Tejero, que compartían ilusión. José León actuó de maestro de ceremonias de una eucaristía que comenzó con la entrada del halo de coronación por la Puerta del Patio de los Naranjos, en las manos del hermano mayor y de los padrinos: Francisco de la Torre, en representación del pueblo de Málaga, y Juan Ignacio Reales, presidente de la Matriz de Almonte.
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